Hoy has puesto fin a 38 años en las canchas, ¿por qué?
Desde el anuncio en tus redes sociales han llegado numerosas reacciones de cariño, ¿te han sorprendido?
Totalmente. Y no hay que perder la perspectiva: soy un árbitro. A un jugador se le recuerda por sus hechos, pero ¿a un árbitro por qué se le recuerda? Quizá porque has intentado darlo todo en cada partido. A mí me daba lo mismo pitar a un benjamín que cuando he tenido el placer de pitar a la selección española. Lo hacía con el mismo interés, con la misma intención de hacerlo bien y eso ha calado... La verdad es que no me esperaba tantas reacciones y me han hecho sentir muy bien y querer seguir vinculado al arbitraje de alguna forma.
Empezaste como jugador, ¿cuándo comenzaste a arbitrar?
Dices que el arbitraje cambió tu visión del juego, también tu forma de ser, ¿qué más te han dado?
Me ha dado una vida envidiable y ahí tengo que darle las gracias a Rafa Fernández [presidente del Comité de Árbitros de la FBM], a Darío Alonso [delegado de la FBM en los Juegos Deportivos Municipales y coordinador de la Liga Free Basket] y, por supuesto, a la federación. Pero, sobre todo, el arbitraje ha moldeado mi vida. Mi mujer y mis hijas me dicen que siempre soy un árbitro porque intento ser sensato, ecuánime... He llevado a mi vida muchos aspectos del arbitraje. Es una forma de entender la vida, no solo el deporte. Cuando te metes en un campo y tienes que decidir, tienes que ver las partes positivas y las negativas, intentar no ser protagonista para que el juego fluya... A los equipos siempre les decía que yo no tengo la autoridad, que la autoridad me la ceden los dos equipos y yo solo la administro. Si ellos no quieren, no puedo pitar un partido. Cuando me lo permiten es mucho más fácil. Esa ha sido mi filosofía durante estos 38 años.
Has estado todo ese tiempo compaginando el arbitraje con tu trabajo...
Sí. Soy analista informático.
... y también con tu vida personal, familiar, sacrificando los fines de semana. ¿Eso te ha planteado problemas?
No, porque me han conocido como árbitro. Mi mujer y después mis cuatro hijas sabían perfectamente que esa es mi vida. Al final del verano ya estaba pidiendo partidos. De hecho, ahora me siento raro. Llevo un mes y pico parado y no sé qué hacer los fines de semana. Me pongo a hacer cosas en casa o recados, pero se acaban enseguida.
Empezaste en un distrito de Madrid y siempre te has mantenido en competiciones municipales o colegiales.
Sí, porque siempre me he sentido muy cómodo. He pitado algunos partidos puntuales de competición federada, pero sí, mi vida se ha desarrollado en municipales. Si quieres progresar, tienes que arbitrar partidos federados... Municipal es más familiar. Muchos jugadores te conocen como amigos, de tomar una cerveza, compartiendo el partido anterior, preguntándote cosas... Ser árbitro de municipal también me ha dado una vida, una carga de anécdotas y me llevo lo mismo o más que nadie. Todo el mundo me da las gracias, pero están equivocados. Soy yo el que tengo que dar las gracias porque me han dado 38 años espectaculares.
Y entre esos mensajes de hoy, gente de alto nivel competitivo como Jota Cuspinera...
A Jota Cuspinera le conocí hace nueve años más o menos, cuando un jugador me rompió la nariz y Jota me llamó, se interesó... Son cosas positivas del basket y él es un tío muy positivo.
¿Qué sucedió con ese jugador?
Era un animal que no sabía lo que era el concepto de deporte y en el minuto cinco del primer cuarto me rompió la nariz porque no entendió la primera falta que pité. Se llevó a juicio y ahí la federación, Rafa y Darío se portaron muy bien. Estuve a punto de dejarlo por el miedo, tomaba distancia con los jugadores, pitaba más lejos, pero ellos me hicieron volver a la dinámica. Hoy la federación ponía en redes sociales que es mi segunda casa... casi diría que es la primera. También tengo que hacer una mención a la Copa Colegial. Llevo pitando los veinte años, casi todas las finales, los All Star y siempre me han tratado de una forma increíble.
Hay un mal recuerdo, pero también muchos buenos y miles de anécdotas, entre ellas una con Pepu Hernández que salió en todos los medios de comunicación.
Ese día tenía seis partidos. En el tercero no vino la entrenadora porque estaba enferma y no trajo las fichas. Si no hay fichas, no se puede jugar. Dos jugadoras de ese equipo vinieron y me dijeron: ¿No se va a jugar, verdad? Y les contesté: Tú no lo sabes, el árbitro soy yo... Fui al entrenador contrario y le dije que tenía el partido ganado, pero que no le dijera nada a nadie, que jugábamos. Pero, claro, faltaba un entrenador. Pidieron uno en la grada y resulta que las dos mellizas de Pepu jugaban en ese equipo, bajó y lo dirigió él. Lo puse en mi Facebook y fue la locura. Vino la televisión a mi casa. Yo estaba totalmente desbordado, pero gracias a ese momento se visibilizó que intentamos que esto sea algo más que un arbitraje.
También eres entrenador y dicen que esa vocación formativa se refleja en tu forma de arbitrar.
Sí, es posible. Si a los benjamines les hago gestos grandilocuentes, no me entienden. Me tengo que acercar y explicárselo. A la gente mayor no hace falta, pero en etapas formativas no hay que ser un árbitro, hay que ser un educador más.
¿Alguna anécdota más que recuerdes?
Hay muchas. En la Copa Colegial, por ejemplo, un partido en el colegio San Agustín contra Liceo Francés. San Agustín perdió de uno en la prórroga, en un ambiente tremendo, muy caldeado, y cuando salimos, los padres de San Agustín empezaron a aplaudirnos, reconociendo nuestra labor. En ese momento se te ponen los pelos de punta.
También has dirigido amistosos de la selección española...
Sí, y a la de Egipto, y a universidades americanas... Soy un privilegiado. He tenido mucha suerte. Evidentemente la forma de pitar estos partidos no es la misma que en municipales, pero el interés y la ilusión siempre ha sido la misma. También tengo una anécdota con Pau y Marc Gasol. Hace unos once años en el Museo Reina Sofía promocionaban Caser y necesitaban cinco árbitros que se vistieran de marcianos para jugar contra Marc. Me puso un gorro que el balón salió hasta Atocha. Cuando pité hace tres años a la selección se lo recordé, le dije que había jugado contra él, que era el marciano... Y en mitad del partido, Pau me dijo: ¡Venga marcianito!
En estos años ha aumentado el número de árbitras, ¿qué te parece?
Que era necesario. Por ejemplo, en la Copa Colegial, a María Gabrielli y a mí nos conocen como el arbinomio, el matrimonio arbitral. Llevamos pitando juntos muchísimo tiempo... y también tengo una anécdota: la primera vez que la conocí pitamos tan mal, tan mal que hasta en eso somos un matrimonio. Podemos hacerlo muy mal los dos o muy bien los dos. Con ella tengo una complicidad infinita. La llegada de las mujeres al arbitraje era necesaria. Evidentemente los primeros pasos son difíciles, pero ahora mismo hay un nivel de árbitras altísimo, impresionante. Y tenemos mucho que aprender de ellas. María, Claudia, Silvia... me han enseñado mucho.
¿Qué mas cambios has notado desde que empezaste?
La gran diferencia es el conocimento del deporte. El baloncesto no para. Te tienes que estar reciclando constantemente: el paso cero, criterios de ventaja y desventaja, las antideportivas... Y todo esto el público lo va entendiendo. Muchos padres me piden que se lo explique. Antes no había tanto conocimiento del baloncesto. Muchas reglas han cambiado y la gente se ha adaptado a ellas. Ahora mismo el público, el jugador y el entrenador tienen un alto conocimiento del baloncesto y, salvo alguno que está fuera del deporte, la gente es muy respetuosa. En 38 años solo tengo un momento negativo, el resto ha sido llenar el baúl de vivencias, de un montón de cariño.
¿Hay una mayor cercanía a la figura del árbitro?
Sí. De hecho, se empieza a visibilizar al árbitro como un ser humano. Yo no voy vestido de árbitro todo el día. Tengo mi vida, mis problemas... y el público es mucho más sensible a la figura del árbitro. Incluso a veces no te llaman árbitro, te llaman por tu nombre. Te cuento otra anécdota. En un salto inicial, David Zozaya me dijo: Venga Rober, suerte en el partido. El que saltaba con él protestó: Empezamos bien... Y David le contestó: Es que la gente tiene amigos, ¿el árbitro no puede tener amigos? Si pitas a alguien todas las semanas durante treinta años, desde que era canijo, se convierte en tu amigo. Yo andaré por más de 6.000 partidos y empecé siendo distante con los jugadores, hasta borde, y luego me he ido moldeando. Me he dado cuenta de que compartir tu decisión con el jugador, explicarle el porqué, le hace entenderte.
En estas últimas temporadas está creciendo el número de equipos, pero el de árbitros no lo hace en la misma proporción. ¿Cómo convencerías a alguien para ser árbitro?
Solo puedo decir que a mí ser árbitro me ha transformado. Me ha hecho ser más ecuánime, ver la vida de otra forma. Antes había más incomprensión con la figura del árbitro, pero ahora hay mucha gente que te ayuda. Hay implicación por parte de la federación, cursos, clínics... Cuando empecé con 15 años igual lo hice por el dinero, por sacar algo, pero pronto dejas de lado ese aspecto económico para seguir disfrutando de esta vida. Como jugador eres tú mismo, pero como árbitro tienes que comprender a los demás. De hecho, un buen partido no es cuando pitas, es cuando arbitras. Pitar es coger el reglamento y aplicarlo, pero arbitrar es entender y adaptarte porque cada partido es diferente.