Como una persona normal que adoraba y sigo adorando el baloncesto, el trabajo que tenía que hacer. Empecé como jugador muy tarde. Antes era el fútbol, el fútbol... Entré en un colegio que se llamaba Ateneo Politécnico, que estaba en la Prospe. Estaba regentado por los hermanos Barbero, que eran unos forofos del baloncesto y me inculcaron el gusanillo de este deporte. Estuve dos años en el colegio e inmediatamente me fichó el Real Madrid y empezó mi carrera... Me veo como alguien que ha intentado ser honesto consigo mismo en todos los sentidos, como jugador y, sobre todo, como entrenador, con un gran compromiso por lo que hacía y con una ilusión bárbara por el baloncesto. A veces, cuando habíamos tenido la fortuna de ganar la Liga o la Copa de Europa, me preguntaban: ¿Y ahora? ¿Y el año que viene? Y yo siempre decía lo mismo: El año que viene empezamos de cero, porque hemos podido tener una temporada magnífica pero no nos podemos dormir en los laureles y tenemos que intentar dar un paso más, y ese paso adelante empieza ya.
¿El pasado no vale para nada?
Para nada. Eso de mirar para atrás es malísimo [sonríe]. Hay que mirar siempre hacia delante. En cuanto al premio que me han dado, me siento muy orgulloso porque va pasando el tiempo, te vas haciendo mayor y ves que todavía hay gente que se acuerda de ti. Estos días el teléfono no ha parado de sonar, de llegar mensajes felicitándome, y eso todavía me hace sentir más orgulloso.
Nació en Tetuán...
Sí. Mi padre trabajaba en Banesto y estaba destinado allí. Abrieron una sucursal en los años 30, lo destinaron allí y a mí se me ocurrió nacer en Tetuán.
¿Con qué edad llegó a Madrid?
Primero fuimos a Canarias, estuvimos allí un par de años y llegué a Madrid con ocho años.
¿Y por qué el baloncesto? ¿Solo por el colegio?
Y también, todo hay que decirlo, por mi rotundo fracaso como jugador de fútbol. Era portero, y por lo visto, era muy malo. A pesar de que era alto y dominaba las salidas, por debajo me metían goles como rosquillas. Me dije a mí mismo que eso no era lo mío y busqué otro deporte. Surgió el baloncesto, aunque el colegio tenía un patio pequeñisimo y solo una canasta. Más tarde pusieron la otra. Empecé a jugar y me entusiasmé enseguida.
¿Al final todo empieza en los colegios?
Sí, y eso debería seguir siendo así. Los colegios son un vivero magnífico para cualquier deporte, no solo el baloncesto. Inculcar a los chicos el deporte en una edad difícil y con todo lo que tienen ahora es lo mejor que puede existir y los que tienen la llave son los colegios.
Como jugador ganó siete Ligas y cuatro Copas de Europa, ¿ya de jugador tenía vocación de entrenador?
Sí, desde el principio. A los 19 años empecé a entrenar sin que se enterara Pedro Ferrándiz porque nos lo tenía prohibido como jugadores profesionales que éramos, profesionales entre comillas porque no tenía nada que ver con los de ahora. Ferrándiz nos decía que teníamos que estar en lo nuestro, que era jugar. Cerca de mi casa estaba el colegio Claret y me iba a las cuatro de la tarde a entrenar chavales. Me encantaba y ahí empecé a vislumbrar que quizá algún día podía entrenar algo.
Los años 80 están considerados los del boom del baloncesto español. ¿Cómo se lo explicaría a alguien que no vivió esa época?
Mucho mérito es de los clubs, que apostaron por hacer convenios con colegios para crear cantera, y empezaron a surgir jugadores muy importantes. Pero no solo en la década de los 80 sino en la anterior, en los 70. En el 75 o el 76 ya había muy buenos jugadores. Los jugadores nacionales intervenían mucho, eran los grandes protagonistas, aunque se fichaban extranjeros, pero no todos eran Luyk y Brabender, que fueron una revolución. Empezaron a surgir grandes jugadores porque se cuidaba la cantera en los clubs y empezaron a surgir también programas dentro de las federaciones. La unión entre los clubs y las federaciones es muy positiva. La gente empezó a jugar al baloncesto y empezó a gustarle. También influyó que antes, a mediados de los 60, empezaron a televisarse partidos. Nosotros jugábamos en el Frontón Fiesta Alegre, al lado de Cibeles, y cuando se empezaron a televisar partidos siempre se llenaba. Ahí empezó un poco el primer boom.
¿La culminación fue la plata de Los Ángeles?
La de la primera etapa de grandes jugadores. Después hubo algunos baches porque no salían jugadores como Epi, Corbalán o Fernando Martín, pero el baloncesto español ya estaba implantado. A lo mejor no quedabas campeón pero siempre estabas entre los primeros. Las canteras funcionaban muy bien y después vino otra gran explosión con los júniors de oro, que marcaron definitivamente lo que es el baloncesto español actual. Desde entonces siguen saliendo jugadores de muy alto nivel, como Rudy o Ricky. ¡Enormes jugadores! El baloncesto español goza de una salud magnífica, con mucho compromiso. Lo que más me gusta es el compromiso que tiene la gente cuando va a la selección española. Los clubs son muy importantes, sin duda, pero lo que transmite la selección española a la gente, al espectador, es único.
El Torneo de Navidad también hizo mucho por ese boom...
También viene de antes, de los 70, con equipos espectaculares y maravillosos. Fue una explosión. La gente llenaban el pabellón, lo vivía. Los únicos que tenían que sacrificarse un poco eran los jugadores, que tenían que pasar la Nochebuena con cuidado porque jugaban al día siguiente. Vinieron grandes equipos. Nosotros no buscábamos ser campeones del torneo sino que la gente pudiera ver a los mejores, a Yugoslavia, a la URSS, a universidades americanas como North Carolina... Era espectacular. El pabellón de la Ciudad Deportiva se quedaba pequeño y si se hiciera ahora un torneo como ese, seguro que el Palacio de los Deportes también se quedaba pequeño.
¿Cuándo recuerda esos años aparece un punto de nostalgia?
Yo tengo mucha nostalgia, pero es una nostalgia positiva. Me encantó la época que viví como jugador y como entrenador, y sigo acordándome mucho de esos años. He dicho antes que no se debe mirar atrás, pero otra cosa es mirar atrás para recordar cómo los de aquella época pusimos nuestro granito de arena para que el baloncesto se hiciera grande.
Trabajó como jugadores de fuerte carácter como Fernando Martín, Drazen Petrovic...
Bueno, eran grandes profesionales y los grandes profesionales siempre tienen un carácter difícil. Ya lo tenían antes Luyk y Brabender. Eran ganadores, querían ser los mejores y tiraban para delante con lo que fuera.
¿Un entrenador tiene que ser un gestor de grupos, casi un psicólogo?
Tienes una psicología de andar por casa, pero sí tienes que ser un gestor de grupos y debes arrancar con una premisa muy importante: si quieres que tus jugadores te respeten, tienes que respetarlos a ellos. Siempre he intentado tener un gran respeto por mis jugadores porque sabía que ellos eran los que me iban a ayudar. Siempre que me dan un premio me acuerdo de ellos. En la vida de una persona, por lo menos en la mía, hay dos partes fundamentales: una es la que te rodea deportivamente y otra la que te rodea emotivamente, que es tu familia. Aquella época no era como ahora. Ahora juegas en Moscú, coges un vuelo chárter y estás en un momento. Antes teníamos que hacer doscientas escalas y, exagerando un poco, tardábamos tres días. Dejábamos abandonada a la familia y era muy importante que, en los malos momentos, la familia estuviera ahí. En ese sentido he tenido mucha suerte. Llevo 55 años casado y es como si nos hubiéramos casado ayer, y mis hijos, mis nietos...
¿El equipo era la segunda familia?
El concepto de formar un equipo surgió antes de que yo fuera entrenador, con Pedro Ferrándiz. El Madrid tenía una sección de baloncesto muy bonita, pero le faltaba algo. Saporta y Ferrándiz nos implantaron unos valores enormes, como la lealtad, el compromiso, la lucha, el respeto hacia los demás... valores que nos hicieron ser un equipo. Y eso es lo que yo he intentado tener con todos los equipos a los que he entrenado. Esos valores se mantenían a lo largo del tiempo, se los transmitías a los jugadores y los veteranos a los más jóvenes. Algunos podían quedarse en el camino porque quizá no lo entendían bien, pero los que lo entendían y se quedaban siempre llegaban a ser grandes jugadores.
De hecho, esa época está llena de jugadores muy recordados...
.... Carmelo Cabrera, Paniagua, Luyk, Brabender, Emiliano, Carlos Sevillano... Al principio en el Madrid teníamos un equipo conmigo de base, Sevillano por un lado, Emiliano por otro, Clifford Luyk y Bob Burgess. Aún no estaba Brabender. A medida que iban llegando otros jugadores se integraban fenomenal. Además, había conceptos muy importantes dentro del club: cómo nos guiaban, cómo nos dirigían, cómo nos hacían respetar a los demás. Por ejemplo, cuando llegaba un extranjero lo primero que hacía el club era ponerle un profesor particular para que aprendiera español. A los dos o tres meses ya hablaban castellano fenomenal, sobre todo los balcánicos. El gran ejemplo lo tenemos en Mirza Delibasic. Lo fichamos un 30 de abril y se incorporó al equipo el 1 de junio porque nos íbamos a Sao Paulo a jugar el Campeonato del Mundo. Cuando vino hablaba correctamente español. La preguntamos dónde lo había aprendido y nos dijo que leyendo el Marca y el As [risas]. ¡Delibasic era un maestro! Cuando has tenido estos jugadores es lógico que vuelvas un poquito la mirada hacia atrás para recordarlos y darles las gracias. Me siento muy agradecido a todos los jugadores que he tenido.
¿Sigue viendo baloncesto? ¿Qué diferencias principales hay entre el baloncesto de aquellos años y el actual?
Sí, lo sigo viendo. El baloncesto ha evolucionado como todo en la vida, en sus conceptos, en su manera de jugar. Nosotros al principio, cuando jugábamos, no sabíamos lo que era un preparador físico. Teníamos un recuperador, que nos hacía correr un poquito en la cancha. Hoy tienen dos o tres preparadores físicos, hay fisios, hay sesiones muy duras de entrenamientos con pesas... Los jugadores se han hecho más fuertes y el baloncesto se ha hecho mucho más duro bajo los tableros, se permite mucho más el contacto. Quizá el espectador puede añorar un poquito el baloncesto de antaño, al señor Corbalán corriendo por la banda, cómo Walter Szczerbiak en lugar de hacer una bandeja para terminar el contraataque se paraba a ocho metros y tiraba. Era un juego muy vistoso, pero indudablemente cada vez que teníamos que enfrentarnos a la URSS o Yugoslavia físicamente nos veíamos superados.
Cada vez se juega más desde fuera...
Sí, y a lo mejor voy a decir una barbaridad... El juego de tres puntos es bonito, es espectacular, y lo que busca el baloncesto siempre es espectáculo, pero ha hecho un poco de daño a determinadas circunstancias del juego. Se juega mucho menos interior. Para nosotros era fundamental la correlación entre el juego interior y el exterior. Hoy la gente busca mucho el tiro de tres, quizá de forma exagerada. Es una norma y había que adaptarse a ella, pero creo que los triples han hecho un poco de daño al juego.
¿Es una influencia de la NBA?
Indudablemente la NBA ha influido. Al principio el baloncesto americano influia mucho en el europeo, no solo en el español, por la manera de jugar de las universidades. Había enormes entrenadores, como Bobby Knight, KC Jones... entrenadores muy buenos, que tenían un juego mucho más técnico-táctico. La NBA era un juego más poderoso, como ahora, y mucho menos táctico. Nosotros copiábamos el juego de las universidades porque era un concepto de juego que nos gustaba mucho, pero tengo que reconocer que también había ciertas cosas de la NBA que me gustaban. No de juego táctico, porque realmente no tienen mucho, pero sí me llamaban la atención algunos detalles. Introduje uno de ellos en un momento muy delicado. Teníamos que jugar la final de la Liga y se lesionó Corbalán. Yo había visto mucho a un equipo de la NBA, no recuerdo cuál, que jugaba con dos bases. No eran base y guard, dos bases. Lo hice en el equipo con Biriukov e Iturriaga y fue un éxito. Lo hicieron fenomenal. Esos detalles de la NBA sí que venían bien.
En sus comienzos en los banquillos, también entrenó infantiles, juveniles...
Primero entrené colegio, porque Ferrándiz me dejó por imposible [risas], infantil, juvenil, júnior, cogí el equipo de Vallehermoso, que era el filial e hicimos una campaña pletórica y después pasé de segundo entrenador al primer equipo. Pasé por todas las etapas.
No es lo mismo entrenar a un Madrid que lucha por ganar la Copa de Europa que a un equipo infantil...
Hay que hacerlo de otra forma, pero inculcándoles las mismas ideas que puedes inculcar a un equipo profesional en el sentido de compromiso, lealtad, compañerismo, y también de equipo porque los más jóvenes suelen ser siempre un poco más egoístas. A mis equipos les apretaba mucho y les decía que si ellos querían llegar a ser grandes jugadores tenían que comportarse como grandes jugadores.
¿Quizá a veces en formación se busca demasiado ganar a corto plazo?
Eso tiene su doble lectura. Realmente no debería ser así, pero también hay que intentar inculcar al jugador a ser un ganador. No me vale el no importa perder. Tienen que sentir la necesidad de ganar, porque vas a ser el mejor y ser el mejor te ayuda a llegar más lejos. Al menos esa era mi idea. Siempre con algo muy importante: el máximo respeto al equipo contrario. A mí me molestaba mucho cuando tenía que jugar con los juveniles del Madrid contra un colegio que a lo mejor era muy flojito. Les decía a mis jugadores que no machacaran al contraataque sino que pararan y ensayaran jugadas hasta el final. Así no había un resultado escandaloso.
¿Sus hijos y nietos están ligados al baloncesto?
Mi hijo Daniel fue jugador, empezó a jugar en los juveniles del Madrid. Un día me dijo que no servía para jugar y que le gustaría entrenar. Empezó a entrenar en Las Rozas, montó una escuela muy bonita y esa escuela le sirvió para entrenar en la Federación Española. El otro, Sergio, es un futbolero [risas], pero jugaba muy bien al baloncesto. Y mis nietos, uno está en Estados Unidos, en una universidad jugando al baloncesto, pero es consciente de que lo más importante es sacar los estudios. El otro nieto es monitor, quiere sacar el título de entrenador y ahora está en un campus. Yo le he dicho que adelante y le doy consejos, como el respeto a los niños, que les explique por qué hace las cosas...
Las chicas han tirado más hacia el voleibol...
Las nietas sí, todas juegan al voleibol. Tengo una, que ahora vive en Sevilla, que al principio era una excelente nadadora hasta que un día dijo que que ya no quería nadar más. Pues vale, se acabó... Las dos más pequeñas, como todas las niñas pequeñas, hacen ballet.
¿Al final lo importante es que hagan deporte?
Sí, es fundamental que hagan deporte, el que sea, porque de alguna manera el deporte sana el espíritu de los jóvenes, les ayuda a comprender mejor las cosas, a tener respeto, a comprometerse con algo. Cuando mi nieto, el que está en Estados Unidos, empezó a jugar al baloncesto en Villanueva del Pardillo, sus padres me dijeron: ¿Qué te parece, abuelo? Yo les dije que encantado, pero que si el niño va a jugar al baloncesto, va a jugar al baloncesto y se tiene que comprometer, y vosotros también. No empecemos con que hoy no va a entrenar porque tiene que ir a otro sitio o que no va a jugar porque nos vamos de fin de semana... El niño tenía que comprometerse y se ha comprometido.
¿Ese es uno de los valores del deporte?
Tiene muchos valores. Yo los resumo en tres: compromiso, respeto mutuo y lealtad. Para un entrenador y para los jugadores la lealtad es fundamental. El deporte ha cambiado mucho, ahora hay mucho en juego, pero me molesta muchísimo que un jugador de un equipo que ha hecho este gesto [simula besar el escudo de la camiseta] al año siguiente esté besando el escudo de otra camiseta. Ahí veo poco compromiso y poca lealtad.
En febrero, Pablo Laso batió su récord de partidos al frente del Real Madrid, ¿qué le parece el Madrid de Laso?
Me gusta mucho. Es un equipo que tiene un gran parecido en su concepto de juego y de equipo a los que yo tenía. Me gusta mucho su filosofía, su manera de jugar, su velocidad, su espectáculo. Me gusta verles jugar... y también cuando ganan, claro, porque ha habido un poco de revuelo por lo que dije el otro día en gala. Yo estoy orgullosísimo de haber sido jugador y entrenador del Real Madrid. He estado 36 años en el Madrid. También está el Joventut de Badalona, donde estuve tres años maravillosos. Pero los momentos más importantes como entrenador han sido con la selección española porque es el primer equipo de España. Fueron ocho o nueve años muy intensos, de mucho compromiso, de mucha lealtad y, sobre todo, de intentar ayudar a que la seleccion fuera un equipo.
¿Qué puede hacer esta selección en los Juegos de Tokio?
Sinceramente, esta selección puede hacer lo que quiera. Yo la veo muy bien. Es una selección que me recuerda un poco a la que teniamos nosotros, cuando fuimos medalla de plata en París. Nadie daba un duro por nosotros, y era lógico porque mirábamos a un lado y estaba Yugoslavia y al otro Lituania. Fue un campeonato muy intenso, pero el gran éxito fue esa concepción de equipo, de unión, de respeto, de ayudarse unos a otros. A los actuales les veo igual, muy entregados, muy dedicados, ni una mala cara... y además están muy bien entrenados porque Scariolo es un magnífico entrenador.
Y luego está la selección femenina...
Las chicas también llevan unos años muy importantes. Lo tienen difícil porque la gente habla más del baloncesto masculino. Habría que tener un poco más en cuenta al femenino. Hay jugadoras que lo hacen muy bien. Me gusta verlas jugar porque hay algunas que lo bordan, como Alba Torrens, que es una locura de jugadora, o Laia Palau.
¿Cómo es el día a día de Lolo Sainz?
Llegó un momento en que tenía que dejarlo, no solo por dar paso a los que venían detrás sino, sobre todo, por respeto a mi familia. La tuve abandonada. Mi mujer fue la que educó a mis hijos y a ella sí que habría que ponerle una medalla porque son todos fenomenales. Pero sigo siendo un entrenador y cuando veo un partido por televisión mi mujer se va porque dice que soy un gruñón, un criticón, porque lo vivo plenamente, como si estuviera en el banquillo. De vez en cuando le echo una bronca a Pablo Laso [risas] o a algún jugador. Mi día a día es muy fácil: vamos a andar, hacemos deporte, vamos a comprar, estoy mucho tiempo con mi mujer, traemos a casa a los hijos, a los nietos... Es la vida de un jubilado normal y corriente.
Menos cuando hay un partido de baloncesto por la tele...
Exacto [sonríe]. Entonces no me molesta nadie.